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sábado, 6 de julio de 2019

"CALILLA", SÉPTIMA PARTE


SÉPTIMA PARTE

GORGONA, HISTORIAS HABLADAS

"LA MEMORIA EN EL ESPEJO"

[Después de la narración inconclusa de la sexta parte y de meterme en honduras sociológicas, retomo ése capítulo, muchos de ustedes esperan que yo sea juez y parte y, me vuelque implacablemente para condenar a "calilla" nuestro protagonista, pero no será así, ya la justicia hizo en su majestad lo suyo y mi interés no es otro que narrar los hechos de una manera tranquila y desprovista de revanchas y odio.
Decía "calilla" en aquel capítulo que, al entrar a Gorgona y reseñar su nueva identidad porque su nombre de pila desaparecía para convertirse en el condenado número 128, se destruye al hombre, su pasado y presente y su inmediato futuro, a su familia y con ella los sentimientos, y lo reencuentra con su condena y sus delitos, el Estado lo desconoce como ser inteligente y lo convierte en una peligrosa fiera supeditado a la acción violenta en todo su entorno, al grito despiadado, a la humillación a la injuria y lo hace artífice de su propia deshumanización].
Al perder mi identidad y ya al interior del penal, me encontré con mi celda, tan pequeña que sólo había cabida para una cama de concreto sin colchón ni almohada, el retrete y un burdo escaparate construido con la madera de la manigua, saqué un pequeño espejo que llevaba en el fondo del morral, lo coloqué a mi altura sobre la pared para dejar grabada en "la memoria del espejo" la última imagen de mi cara y la nueva con la identificación número 128; guardé el espejo para no reencontrar
mi pasado y lo volví a colocar en la pared para cuando recuperé la libertad ver de nuevo mi verdadero rostro después de 25 largos años, se lo aseguro, ese no era yo, había cambiado mi cara pero también mi alma después de tanto sufrimiento.
Al momento de entrar a la celda, me sentí un ser miserable y dominado por el miedo, algo que nunca había experimentado en mi vida, incluso, cuando ejecuté a mi primera víctima en una humilde casita rural de mi pueblo, el cuerpo me temblaba y comenzaron como en una alucinación a dibujarse en las paredes todos los momentos inhumanos que pude haber provocado por el sectarismo partidista y mis absurdos sentimientos, ésta, era la bienvenida que me tenía deparada Gorgona, esta primera noche no pude dormir, al otro día muy temprano y antes del desayuno, los mensajes de terror en la prisión llegaban con los gritos de otros prisioneros sometidos a la más crueles torturas, yo estaba en la fila esperando el turno, amarrado de pies y manos me colocaron boca abajo y empezaron a tatuarme los brazos y la espalda con un cuchillo, ese era el mensaje aleccionador para que no se me olvidara en donde estaba.
A las 4: pm, era la comida, que consistía en un pedazo de carne de mico hervida con arroz, luego comenzaba el encierro, ya en la noche los policías por rondas hacían custodia por el pasillo, unos en la pasarela elevada y otros en el primer piso, iban y venían observando cualquier movimiento, había que contar con el buen genio del policía para hacer la necesidades fisiológicas y si el hombre por la urgencia se levantaba sin permiso, se ganaba el derecho a un“plantón”, que consistía en permanecer de pie absolutamente quieto una hora o más, y si intentaba explicar o protestar, lo pasaban al calabozo por insubordinado; un desvelo, una fiebre o un dolor no daban derecho a moverse mucho en el incómodo camastro porque también esto era motivo para el “plantón".
Lo más aterrador era que después de afectar el cuerpo con torturas, encierros y demás manifestaciones en contra del prisionero, también el alma era atacada, cuenta "calilla" que, Jorge uno de sus pocos amigos y confidentes que era un hombre de 35 años, más o menos la edad de él, vivía en estado de angustia permanente, en grado de pánico que pedía ayuda para no volverse loco. Necesitaba ser trasladado al continente donde los médicos lo pudieran tratar, el médico ya hacía dos meses había pedido su traslado para Bogotá y desde entonces permanecía en el calabozo. El diagnóstico del Director reforzado por el Teniente fue bien distinto: “ese h.p. es un drogado y lo que necesita es palo para que deje el vicio”.
Las primeras semanas son las más duras, aparte de que los guardias provocan la insurrección de los prisioneros para tener la disculpa de torturarlos, yo por otro lado me la jugaba con el resto de prisioneros para marcar territorio, éramos una jauría de hienas hambrientas y a punto de dentelladas logramos sobrevivir, había un nivel dentro del penal, era una jerarquía que hacía respetar su espacio, debido a ello, me sometieron a distintos vejámenes cuyo dolor era insoportable; un día por una pelea con otro prisionero me enviaron al "botellón", un espacio que medía 2.30 metros de profundidad por 0.70 metros de diámetro y que se rellenaba de agua hasta la mitad con la intención de que los reclusos no pudieran sentarse, no obstante, colocaban una plancha de cemento que cubría la parte superior del botellón, sentenciado no solo al aislamiento, sino a la oscuridad completa y a la falta de higiene, lo que traía enfermedades graves que con el tiempo y la acción del agua, la piel se  descuartizaba y la falta de aire y de luz afectaba su vista y su salud mental. Cuando terminé de pagar mi condena, mi vista había disminuido en un 70%, mis últimos años los pasé en la ceguedad total debido a estos inhumanos castigos.

Esta crónica continuará...













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