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martes, 7 de mayo de 2019

LA TIERRA PROMETIDA


LA TIERRA PROMETIDA 
(Primera parte)

Una diáspora es cuando salen millones de seres humanos de su propia tierra por diferentes circunstancias, lo es también en el sentido personal cuando uno se ahuyenta y detrás suyo se lleva los recuerdos, luego, pasan muchos años, décadas tal vez y se olvida de su pasado. Eso exactamente me pasó, me ausenté detrás de una ilusión que se acabó tan rápido como llegó, fué mi culpa y muy caro pagué las consecuencias, deambulé por tierras inhóspitas y extrañas y aprendí que la experiencia está acompañada del dolor.
Los recuerdos no se desperdigan con el tiempo, por el contrario, se añaden a otras vivencias y así se empieza a construir la memoria que es la que mantiene viva nuestra historia, sino fuera así, estaríamos deambulando por el mundo como zombies perdidos en la vida. Esto me mantuvo vivo y con el tiempo volví a mi pueblo, pero salí tan rápido como llegué arrancándole la felicidad que me pertenecía y que había dejado abandonada en cualquier esquina, partí con ella para hacerla mía para siempre.
Cuando escribo textos a mi pueblo, un poema, una crónica, es cuando reconstruyo los recuerdos, es la mejor forma de disipar el olvido y de retomar las vivencias para ir creando historias vividas con innata imaginación, no es difícil hacerlo cuando fluye el sentimiento rodeado de un inmenso entorno con tanta belleza, cuando lo inmaterial se vuelve material porque lo hueles y saboreas, Belalcázar tiene un no se qué..., y esto que no puedo entender, sí lo percibo con mucha naturalidad. Este pueblo tiene una rica epopeya que hace de él una fantasía permanente, sus gentes y sus inolvidables personajes constituyen su historia, así como el Macondo de "Gabo" no existió como pueblo pero se ubicó en la grandeza imaginaria del Nobel recogiendo las vivencias de su Aracataca natal y en una inmortal novela, narró una extraordinaria crónica llena magia y realidad.
De regreso a mi pueblo en el año 2013 después de 36 años de ausencia  en una mañana hermosa y diáfana, a mi llegada percibí con tristeza que existía un gran vacío en mi alma y no pude contener los sentimientos, luego, lloré para calmar mis nostalgias. En esas tres décadas y más años, se había creado una oquedad en mi memoria y tenía que llenarla de vivencias, había que reconstruir nuestra común historia, pero tenía que hacerla basado en la realidad, así que me dispuse a rebujar qué había sucedido en esos años de orfandad. Al día siguiente, salí muy temprano y empecé a desandar las huellas que había dejado pegadas en las calles, conversé con las esquinas permisivas para arrancarles mis secretos más íntimos, y pasé mis manos por las amarillentas paredes para borrar las promesas de mis locuras juveniles. Así..., empecé a recuperar mis recuerdos, las más bellas e inmemoriables vivencias que había dejado sepultadas bajo la hojarasca del olvido.
Cuando me encontré con uno de mis grandes amigos, lo abrace tan fuerte para no dejarle escapar el saludo represado por tantos años, temí que me hubiera olvidado, y como una USB, su memoria comenzó a llenar ese espacio vacío de mis nostalgias, hablamos tanto que me sentí feliz, había comenzado a recuperar mi memoria.   

Belalcázar, martes 7 de mayo de 2019