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jueves, 28 de febrero de 2019

ELEGÍA A MIS 67 AÑOS


ELEGÍA A MIS 67 AÑOS
Un Bisiesto Déjä vu.

Nací un viernes a las 2:am, el 29 de febrero de 1952, año bisiesto. Ésta es el última etapa de mi ya extensa vida aquí en la tierra, es una pertinencia para continuar creciendo, para poder madurar más en lo que hago y para acabar de nacer; vamos naciendo lentamente, por segundos, y de la misma manera también vamos muriendo..., por momentos, hasta llegar al destino final; la puerta de entrada a la senectud está entreabierta, será la última oportunidad para dar el tallado final a la efigie que hemos ido moldeando nosotros mismos a lo largo de la vida, por esto, al cumplir sesenta y siete años doy gracias a la sabiduría del universo por haberme permitido llegar a esta edad después de trasegar por senderos desbordados de vida y muerte.
Doy gracias a mis padres, que aunque ya no están, los siento vivos, porque quienes pasaron por la historia haciendo el bien no mueren.
Doy gracias a mi amada mujer Ofelia, a mis hijos Juan Daniel, Cynthia, Manuela, a mis nietos Valentina, Martina y Samuel, a Paula, Nicolás y Juan Manuel mis otros hijos por adopción, doy gracias a todos los amigos y amigas de quienes he aprendido mucho y experimentado el amor de la amistad. 
Al llegar los 67 años comparto con todos esta reflexión: "Sé que he entrado en la etapa de la vejez, pero yo no lo siento de esa manera, aunque mi cuerpo ya no tenga la energía propia de la juventud, mi espíritu está joven y repleto de energía, de esperanza, de sueños a pesar de las tinieblas que envuelven este mundo hoy, otro mundo más humanista será posible".
Cada nuevo día me ofrece la oportunidad de vivir la vida con una gran motivación, consciente de que lo único verdaderamente importante es vivir en el amor y hacer el bien.“Vivir no es sólo existir, sino ser creativo, saber gozar y sufrir y no dormir sin soñar”.
En realidad, no existe la edad, y no son 67 años los que cumplo, todos los seres humanos, todos los seres vivos con todo el universo tenemos más de 13.000 millones de años desde su magnánima creación, desciendo de los soles, de las galaxias y de los elementos que componen mi cuerpo que son los que hace miles de millones de años dieron origen al universo, soy polvo de estrellas, mi padre es un cometa y mi madre es la tierra que piso; por lo tanto, llegar a los 67 años no es sino una evolución de la vida ¡Todo lo mío es grandeza!
Estamos de pasantía en la historia de la tierra y de la humanidad, me pregunto: ¿Qué significa mi vida en este pequeñísimo viaje de la historia? ¿Poco, o tal vez nada? Pero..., al menos, creo que merecí haber nacido y aporté un ínfimo grano de arena para que este mundo sea un poco más justo y humano.
Tuve el privilegio como muchos de haber nacido y vivido en dos siglos muy distintos, con decisivos momentos históricos, avances tecnológicos, y por desgracia, también con las dos guerras mundiales que no debieron haber sucedido, sólo la locura humana pudo transigir con la barbaridad. La música, las artes, los grandes filósofos, los descubrimientos en todas las ciencias, los avances en la medicina, los inmensos saltos de la modernidad y la genialidad del hombre ganaron un espacio en el tiempo como nunca antes lo habíamos experimentado; el pequeño hombre desafía su propio destino, reta su naturaleza y le cambia el curso a la obviedad, se engendra el mal sobre el bien y se deshumaniza la vida.
Sinembargo, continúo caminando; unos nacen, otros mueren, y yo, voy despacito por la vida sin inmutarme mientras la historia va escribiendo su propia epopeya. Estoy de paso en ella, pasan los años, las personas, discurren los acontecimientos, las crisis, las tragedias y las alegrías, todo pasa con el ritmo inexorable del tiempo; ahora, me haré a un lado para que otro escriba su propia historia
Esta es el último peldaño de mi existencia y lo acepto con felicidad, dignidad y orgullo, es una maravillosa oportunidad para continuar creciendo con lo que amo, este oficio de escribir en el cual me veo y reconozco, ahora estoy parado ante el espejo distorsionado de la vejez, las arrugas empiezan a surcar mi frente y la flacidez de la piel exterioriza el mapa cansado de la vida, me veo bien, orgulloso, altivo y puedo mirar el mundo con la frente en alto, pienso que he cumplido con mi misión en esta tierra; hay algo que tiene un valor intrínseco e inmaterial y es con lo que todo hombre o mujer debe sentirse pleno y realizado, vinimos a este mundo a sembrar vida y a fertilizar con amor y ese es mi mayor orgullo, mis hijos a los cuales amo con toda la fuerza interior de mi alma; hoy, como lo dije al inicio, es la última oportunidad de dar el martillazo final a la escultura que he ido ido tallando de mi mismo a lo largo de la vida.
Comienzo lentamente a descender hasta empozarme el gran corazón del universo, en el corazón de la tierra, en el corazón de la pequeña semilla de mi querida huerta, en el corazón del tiempo y de la eternidad, en el corazón moribundo del viejo chachafruto, en el frío corazón del horcón que va muriendo en la medida en que yo muero, en el del pájaro pinto que no tendrá a quién cantarle su trinar mañanero cuando yo muera, en el bravo corazón del alacrán que quedará sin a quién clavarle el aguijón por mi ausencia, en el alma de mi querido y lejano horizonte que llorará su soledad cuando su amante poeta se ausente para siempre y se lleve entre su equipaje los largos y fríos inviernos y la bella flor del estío con la cual adornaba su elegía. 
¡Pero no, no moriré, de seguro no moriré! Porque allí estarán mis lerdos pasos caminantes pisando cada día en el huerto austero de cilantros y hortalizas, estaré, entre las gotas de lluvia que atesora cada espora, viviré, en la espera de encontrarme donde subyace la paz y la esperanza de mi atormentada y amada patria, y en el alegre eterno amanecer donde comienza el nuevo día.
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