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sábado, 17 de junio de 2017

EL DÍA EN QUE CONOCÍ A MI PADRE









EL DÍA EN QUE CONOCÍ A MI PADRE


El día anterior, habíamos estado sentados en la mesa del comedor que también hacía las veces de correteo para escoger café, mi papá Luis Enrique, mi mujer Ofelia, mis dos hijos Juan Daniel, la niña Cynthia y yo; esa noche como todas después de la cosecha y mientras mi padre permaneciera en la finca nos reuníamos al rededor de la mesa, esparcíamos medio bulto de café de segunda seco para clasificar seleccionando sólo la almendra y dejando aparte la pasilla, siempre y por costumbre cada año se repetía el proceso, el resultado de este trabajo era un ingreso extra que papá obsequiaba a la familia por la labor realizada. Si este fuere el comienzo de un ensayo sobre la vida de mi padre y de lo que mi memoria de hijo imagina sobre nuestra relación, la conmovedora fijeza del primer recuerdo tendría que ir descomponiéndose progresivamente para que estas palabras se puedan retrotraer al núcleo de la crítica y a la ambigüedad que subyace a cualquier forma de amor filial, por ese motivo, los errores que como hombre mi padre pudo haber cometido, no mengua de ninguna manera la imagen que tenía y aun tengo de él, tampoco procuraré otras vivencias menos idílicas pero también verdaderas que como hombres compartimos.
Para casi todos los hijos hombres, la figura del padre convoca desde la infancia sentimientos de cariño y malestar, admiración y enojo y muchas veces las dos cosas en un mismo recuerdo, pero en los momentos de rememorar el pasado, no todos ceden a la imperiosa necesidad de reducir aquellos momentos sentimentalmente equivocados. ¿Cómo cumplir con el padre sin dejar al mismo tiempo de cumplir con su imagen? Hay que aprender a interpretar las señas que todavía hace la verdad a través de algunos recuerdos incómodos y difíciles de manejar, y arriesgarse a descubrir alguna forma que después con el tiempo se reconocerá como propia, es la simbiosis ( unión) de dos vidas enlazadas definitivamente por los secretos y trivialidades del amor paternal.
Oírlo encadenar sus recuerdos, las acostumbradas reflexiones en largos monólogos, las extensas disertaciones de magistrales anécdotas, era una delicia; su inagotable y fantasiosa imaginación, sus amores furtivos, las hermosas brujas que lo acosaban y le extraviaban el camino en medio de la noche dejándolo al amanecer tirado en el medio de un rancho de paja y como Dios lo trajo al mundo, el agotador pisoteo al barro y a pie limpio para elaborar la teja en la finca del abuelo Joaquín, el gran cuentero que se interpretaba a él mismo como protagonista me enajenaba el alma, arrebataba el dominio a mi imaginación y me hacía volar con los cuentos que se sabía de memoria de las mil y una noches, la lámpara de Aladino, el ladrón de Bagdad. Empecé a entender cómo me amaba mi padre y de que manera yo le retribuía su cariño con lealtad, fui su cómplice de sueños y realidades, conocí sus sufrimientos como nadie, sus desvelos, los proyectos de vida que se trazó para sacar adelante una gran familia y que a pesar de sus esfuerzos por mantener los lazos unidos pudieron más las contingencias del destino que su talante y esa unidad colapsó para siempre haciendo trizas la felicidad de todos, así desperdigados hemos sobrevivido al tiempo, a su ausencia y a su recuerdo.
Ese recuerdo es extraño, no sé por qué, es como si no fuera nuestro mutuo recuerdo, lo cierto es que su imperfección no me deja del todo idealizarlo como yo he anhelado, fueron muchos los momentos de tristeza, pero más los de satisfacción, ¿sería porque la felicidad se truncó...? Fue mi padre un excelente ser humano, un hombre intachable, pero descubro que lo que me impide verlo como yo quiero, es la simple imperfección de la perfección que todo ser humano tiene, y eso es una injusticia con mi padre, yo he sido mil veces más imperfecto y estoy seguro que aunque mis hijos me aman y admiran , no soy y nunca seré igual a mi padre.
Pienso que jamás podré reducir la imagen de mi papá a un mínimo común denominador ante mis hermanos, familiares, amigos y conocidos suyos y ante nuestra propia historia, eso es imposible, el amor siempre será disímil y aunque creemos amar y recordar a nuestro querido padre de la misma manera, cada uno tuvo vivencias distintas con él, experiencias diversas y momentos coyunturales con situaciones muy tristes unos, y felices otros; la vida nos ubicó en su presencia o mejor, él se ubicó con su presencia en nuestras vidas en el momento exacto, como tenía que ser, como el destino se lo mostró, y lo hizo de la mejor manera, fue un luchador incansable y a cada uno nos regaló amor a montones, todavía no entiendo cómo hace un hombre para amar a sus diez hijos de la misma manera, sin estigmatizaciones, sin alienar, dando igualdad de oportunidades a todos y ofrendándose como lo hizo hasta el final.
Cuando aquella última noche escogiendo café en la mesa del comedor mi papá fijó en mí su bellos ojos, entendí que algo estaba por suceder, lo presentí, y no pude dormir en esa larga noche, al otro día muy temprano en la mañana, mi padre llevó a su pequeña nieta (Cynthia) a la escuelita de la vereda, fue la última vez que ella lo vio con vida.
Recuerdo su despedida, así como siempre lo hacía: ¡Hasta que yo mismo vuelva...!
¡Y jamás volvió...! Se fue para siempre...
He querido hacer una construcción literaria con este ensayo en homenaje al día del padre, sobre todo para aquellos que como yo y todos mis queridos hermanos la ausencia de este maravilloso ser deja un vacío que sólo se llena con el recuerdo.
Una cosa si es muy cierta y clara: "Mi padre no era lineal, no era un hombre previsible, no era un tipo como cualquiera, mi padre cumplía a su manera ejercer la inteligencia innata y empírica con su querer perfeccionista", de alguna manera suena infantil sostener la excepcionalidad de mi padre, pero de algún modo me sostengo en ello, es simplemente un hurto al reconocimiento.

"Cuando dejas este mundo las personas 
que amas continuarán este viaje contigo
aunque no estén juntas..."