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sábado, 17 de agosto de 2019

LA AMBICIÓN


LA AMBICIÓN

  • La ambición es legítima en la esfera privada como en la pública, en ambos casos uno busca realizarse, para lo que no es necesario ocupar un cargo muy importante o ser dueño de una gran empresa, aunque también dicha aspiración es legítima. Lo que realmente importa es que a la ambición de prosperar, en este caso en la vida pública, corra pareja la sincera voluntad de servicio al pueblo, y no haría falta decirlo, con total respeto a las reglas de juego que demandan las leyes, las costumbres y la moral. Quien se dedica a lo público no debe esperar que la sociedad le exija lo que de motu proprio debe nacer de él, "que no vale todo ni a cualquier precio", ni en lo público ni en lo privado, ni en relación con los demás ni con uno mismo, es la máxima que ha de regir la conducta de todo político. Precisamente por esto es tan importante en todas las esferas de la vida la reflexión, para saber discernir lo que en cada momento se debe de hacer o intentar hacer, porque de esas elecciones dependerá en buena parte la razón de ser del poder político y de la propia estabilidad y felicidad personal, o casi felicidad, pues no existe la felicidad "ser feliz es ser casi feliz". Pero volvamos a la ambición, cuando hablo de la misma, por supuesto que comprendo en ella el concepto material del tener, es legítimo aspirar a tener un buen sueldo, una buena casa, un buen carro, poder viajar cómodamente y vestir bien; la cuestión es si esos son los únicos objetivos que se tienen o si se poseen otros referentes distintos y más profundos que inevitablemente van a delimitar e influir en la importancia que se otorga a los primeros, eso se llamas escala de valores. ¿Cuál es la escala que debemos de exigir a nuestros políticos? Sin duda alguna todos ellos deben dar ejemplo de honestidad y de buena fe en la gestión de los asuntos públicos que dependen de los mismos; y si nos referimos a aquellos en quienes depositamos las más altas responsabilidades, hay dos valores que en mi opinión deben ocupar un lugar preeminente, <la empatía con el sufrimiento ajeno y el amor por los demás>, pues no debemos olvidar que lo que ponemos en sus manos es el poder, que en muchos de ellos constituye el núcleo de su ambición. Cuando en estos tiempos de elecciones escucho descalificaciones generalizadoras de la clase política (caso administración Belalcázar) expreso mi firme discrepancia en los textos que escribo, "no se puede juzgar sin ser juzgado". Y cuando se califican de privilegios lo que los políticos reciben por el ejercicio de sus funciones, argumento en términos parecidos a los expuestos con anterioridad sobre la legitimidad de la ambición, cuando paralelamente a la misma, se sirve a la causa pública con honestidad y poniendo en ese cometido lo mejor de uno mismo. Si juzgamos o emitimos juicios de valor sobre las acciones de los políticos, como sobre cualquier persona, preguntémonos en primer término lo que habríamos hecho en su lugar. Aunque debemos procurar que nos gobiernen quienes encarnan en más alto grado los valores que acabamos de mencionar, nuestros gobernantes no dejan de ser uno más de nosotros aunque encarne el poder.
  • Como colofón puedo decir que existen dos clases de personas, las normales y los escogidos. Las primeras serían las que se conforman con comer, beber y hacer el amor, esas las componen en su gran mayoría el pueblo-pueblo o masas como se llama en otra doctrina, y las segundas, las que además de disfrutar de lo anterior, que está muy bien, buscarían algo más, a mí particularmente me gustan las personas ambiciosas, que respeto tanto en el ámbito público como en el privado, son éstas, las que también cultivan su mundo espiritual, los sentimientos que engarzan con el alma o como cada cual lo quiera llamar, las que entre otras cosas son capaces de sentir las alegrías y las penas de los otros y solucionar los problemas, éstos son los verdaderos líderes, que por supuestos son escasos.